lunes, 30 de abril de 2012

Capítulo 3: La cita.

Me desperté de golpe. Había notado una mano tocándome la cara, pero cuando abrí los ojos no había nadie en mi cuarto. La puerta estaba cerrada y no se escuchaba a nadie. Cogí el teléfono para ver la hora. Eran las 9:30h.
Me levanté y me cambié de ropa. Bajé las escaleras muy despacio y fui a la cocina. Estaba vacía. Me preparé el desayuno y oí sonar mi móvil en mi habitación. Subí las escaleras de tres en tres para poder contestar.
 - ¿Diga?
 - Gordi, soy yo, Sandra. ¿Qué pasó anoche que te fuí a ver y tu madre me dijo que ya estabas dormida?
 - Ah, si. Es que estaba cansadísima...
 - ¿Voy a tu casa ahora y me cuentas?
 - No se... mejor espérate y vente más tarde porque están todos acostados, pero de todas maneras, te anticipo algo; el extraño me ha enviado una carta junto con un regalo.
 - ¿QUÉ? ¿EN SERIO? - Dijo sorprendida.
 - Sí, pero luego te cuento más detalladamente, que voy a desayunar y eso.
 - Venga va, luego nos vemos. Un beso.
Tras colgar, miré debajo de la cama para coger la caja con el peluche y la carta pero...¡NO ESTABA!
Me puse a buscar como una loca por todo el cuarto. Pero no dí con ella.
Me paré un moemento en seco y la ví. Estaba encima de mi escritorio, pero en el interior sólo estaba el peluche. La carta no.
Dejé la caja donde estaba y bajé a desayunar. No quería ponerme como una histérica desde primera hora de la mañana.

En la cocina ya estaba mi hermano Fede.
 - Buenos días.
 - Buenos para algunos... -Le contesté.
 - ¿Qué?
 - Que si sabes dónde está mamá.
 - No, ni idea.
Desayuné rápido y me subí a mi cuarto. Volví a abrir la caja, y el sobre y  el peluche estaban en su interior. Volvió a sonar mi móvil, y del susto, se me cayó la caja al suelo.
 - ¿Sí? - Contesté.
 - Estoy en la puerta, sal.
 - ¿Ya estás aquí? - Le dije a Sandra.
 - Sí, venga.
Guardé el peluche en la caja y la escondí en el armario. La carta, en cambio, me la guardé en el pantalón y bajé.
 - Me voy Fede, dile a mamá que para la hora de comer vuelvo.
 - ¿Tan temprano sales? Vale.

Sandra estaba en la puerta de mi vecina. Crucé la calle y me paré enfrente de ella.
 - Ya puedes estar contándome todo.- Me dijo con insistencia.
 - Antes de nada, toma, lee esto.
Le entregé la carta, y en cada línea que leía ponía una cara rara.
 - ¿E.F? ¿Quién es E.F? ¿El extraño?
 - Supongo...
 - ¡Qué fuerte! ¿Y piensas ir o qué?
 - No sé... ¿tú irías?
 - Si es el guapisimo chico ese del quiosco, no me lo pensaba...
 - ¿Y si no lo es?
 - Haber Bea, sólo tienes que usar la cabeza para darte cuenta que ha sido ese chico. Si en la carta pone "siento mucho lo sucedido esta tarde", y sólo te pasó eso esa tarde, es él si o si.
 - Bueno...por ir no pierdo nada.
 - ¡Exacto! Bueno, y tu mano, ¿cómo está?
 - Muy bien, ya esta normal.
Estuvimos toda la mañana paseando por el pueblo, hasta que me llamaron al móvil.
 - ¿Sí?
 -....
 - ¿Hola? - Dije.
 - ...
 - ¿Hola?
Nadie contestaba al otro lado.
 - ¿Quién es? - Dije, pero ya me habían colgado.
 - ¿Quién era?- Me preguntó Sandra.
 - No sé...no han hablado.

Cuando llegé a casa ya estaba mi madre y me pidió que fuera a comprar al Supermercado.
Por el camino me puse los cascos del móvil y me puse a escuchar música. Una vez en el Supermercado, tardé menos de cinco minutos en coger lo que necesitaba. Cuando fuí a pagar y la dependienta pasaba las cosas que había cogido, vi entrar a tres muchachos morenos de ojos azules al Supermercado. Iguales que el extraño. Eran dos niñas y un niño más o menos de mi edad.
 - 4'45 , por favor.
 Le di el dinero y al darme la vuelta para marcharme a casa me choqué con alguien. ¿Quién era? El extaño. Y otra vez me quedé muda y sin aliento.
 - Gracias a Dios que hoy no llevas helado, ¿eh?
Su voz era dulce.
Yo seguía quieta. Sin hablar. Sin moverme.
 - ¿Estás bien?- Me preguntó.
Por fin reaccioné.
 - Sí, estoy bien.
Su cara era perfecta. Tenía una piel lisa. Era muy guapo.
 - Por lo menos no has salido corriendo. -Dijo riéndose.
Sus dientes eran blancos y perfectos.
 - Bueno...- comencé a decir.- me voy, ya nos veremos. Adiós.
 - Hasta luego Bea.
En ese momento no me di cuenta, pero cuando pasaron varios minutos y pensé en lo que había ocurrido, me fijé en un pequeño detalle. Él sabía mi nombre. El extraño sabía como me llamaba.

Cuando llegé a casa, me subí a mi cuarto. No podía dejar de pensar en ello.
El resto del día transcurrió nomal, hasta que a las seis y cuarto sonó mi móvil. No se me olvidará ese momento.
 - ¿Diga?
 - ¿Bea? - Dijo una voz dulce.
 - Si...¿quién eres?
 - Eh...soy E.F.
 - ...¿quién?
 - E.F, el del regalo. Quería decirte que estoy esperándote en tu puerta. Baja si puedes por favor.
 - ¿En mi puerta? ¿Y qué haces ahí?
 - Es que no puedo esperar a hablar contigo. Por favor.
 - Ahora bajo.
Colgé y me puse a buscar ropa en el armario como una loca. Tenía que ponerme algo bonito, y no tenía tiempo de llamar a Sandra...o tal vez sí...
 - Sandra, el extraño está en mi puerta, voy a bajar a hablar con él, pero... que no sé que ponerme.- Le dije rápidamente.
 - Bea...me acercaría a tu casa corriendo, pero es que ahora mismo estoy ocupada.
 - ¿Ocupada? Nunca se está ocupada para ayudar a una amiga, a no ser que... ¿estás con Carlos?
 - Eh...no.
 - ¿Con quién?
 - Luego te llamo Bea, adiós.
 - Pero Sandra que no se que ... - Ya había colgado.-  ¡MIERDA! ¿Qué me pongo?
Cogí una camisa cualquiera y unos pantalones cortos, me lo puse corriendo y me eché esa colonia que solo usaba en ocasiones especiales.
Antes de salir de casa me miré en el espejo de la entrada. "Vamos Bea, a por todas" me dije.
Abrí la puerta y allí estaba. Frente a mí, vestido con unos pantalones negros largos y una camisa blanca. Sus ojos resaltaban en esa cara perfecta y me miraban a mí.
 - Hola. -Dijo con una media sonrisa.- ¿Te apetece dar un paseo?
 - Vale.
 - Antes de nada - Empezó a decirme- quiero presentarme, ya que en las últimas dos ocasiones no pude. Me llamo Eric Filho.- Dijo mientras se me acercó para darme dos besos.
Noté su cara fría cerca de la mía. Tan fría como su mano. No sabía que decirle, que hacer. Pero las palabras me salieron solas, y cuando me quise dar cuenta, ya había terminado de pronunciarlas.
 - Vamos a dejarnos de coordialidad. Yo voy a empezar diciendo que sólo he bajado para que me aclares porque tuve una tarde entera la mano igual que la tuya, y terminaré diciendo que cómo sabes mi nombre. Asi que, como ves, no he venido a perder el tiempo.
Eric estuvo un tiempo mirándome. Sus ojos eran como una adicción, por eso tuve que dejar de mirarle.
Una cosa era obvia, me gustaba, era muy guapo, pero aún no sabía hasta que punto me gustaba. No tardaría mucho tiempo en descubrirlo...
 - Vaya, una chica con genio. Pues he de decirte Bea, que yo no voy a ser tan claro como tú y sólo quiero decirte una cosa; si yo se tu nombre es porque me he preocupado en buscarlo, y te preguntarás que porque un desconocido como yo quiere saber tu nombre, pero a esa pregunta tendrás que contestarte tú sola. Piénsalo.
 - ¿Qué? Yo no pienso seguirte el juego Eric, asi que más te vale que me contestes.- Le dije con un tono de enfado, dando un paso hacia él.
 - ¿O qué? ¿Vas a hacer algo para que te lo diga?
 - Puede... - dije mientras me acerqué a él y le besé. No sé porque lo hice, pero tenía ganas de ello. Noté su mano alrededor de mi cintura, apretándome fuerte hacia él. Fue el beso más largo que me había dado. Fue como estar en el cielo y en el infierno a la vez. Sin duda, fue lo mejor que había hecho. Cuando volví a abrir los ojos, él estaba mirándome con sus grandes y penetrantes ojos azules.
Yo, sin saber porque, me di la vuelta y me dirigí hacia casa. Esperaba que él se me acercara para pararme, pero no lo hizo.
Una vez dentro de casa, subí a mi cuarto y me tumbé en la cama con el peluche y recordé ese beso. Ese maravilloso beso. Esos labios tan fríos. También me vino a la cabeza su pregunta a la cual debía contestar. Pero estaba demasiado cansada como para intentar buscarle una respuesta, asi que cerré los ojos y me dormí, pensando en Eric y en el beso.

sábado, 21 de abril de 2012

Capítulo 2: Las incógnitas.

Cuando llegamos a mi calle, mi vecino seguía lavando su coche, pero esta vez ni le saludamos. Íbamos directas a mi casa.
Una vez en el interior, Sandra me miró y me preguntó:
 - ¿Qué se supone que te ha pasado?
 - ¿Has visto a ese muchacho?
 - Sí, pero que te ha pasado, ¿porqué has salido corriendo?
 - Su mano....
 - ¿Qué? - Me dijo asombrada.
 - La mano de ese muchacho... -contesté tartamudeando.
 - ¿Te encuentras bien Bea? ¿ Tienes frío?
 - Tengo frío... y me duele la mano.
Sandra cogió una manta que había en el salón y me arropó.
 - A ver, déjame verte la ma... ¿QUÉ TE HA PASADO EN LA MANO BEA?
Mi mano estaba blanca. Como si fuera transparente. Pero sólo era esa mano, la otra estaba completamente bien. Esa era la mano que el muchacho del quiosco me había tocado.
 - ¿Qué te ha pasado?
 - No sé, pero me duele...
 - ¿Quieres que te traiga algo? ¿Que llame a tu madre?
 - No, a mi madre no. Traeme los guantes por favor.
 - Vale, y ahora me cuentas tranquilamente que tiene que ver el chico del quiosco.
Mientras Sandra iba a por los guantes, examiné mi mano blanca. Me la acerqué a la cara y estaba fría. Muy fría. Como la del extraño.
 - Toma, y cuéntame todo. -Me dijo mientras me daba los guantes.
 - Pues el muchacho del quiosco, me ha tocado la mano, me la ha agarrado, y estaba fría...
 - ¿Y por esa tontería has salido corriendo? ¿Porque tenía la mano fría? Venga ya Bea...
 - Sí, estaba tan fría como la mía.- Le dije a la vez que se la ponía encima de su mano. Ella dió un leve grito y se levantó del sofá.
 - Bea... creo que debería llamar a tu madre y que te acercara al hospital...
 - ¡NO! Esto no es nada. Mañana estaré bien...
 - Pero...- insistió Sandra.
 - No, por favor.
 - Como quieras.

Subimos a mi cuarto para tener más intimidad y por si venía mi madre o alguno de mis hermanos.
 - Pues he de decirte que el "extraño", como tú le llamas era muy guapo. -Me dijo Sandra.
 - Ja-ja. No es momento de bromas.
Mientras decía esto comenzó a sonar el móvil de Sandra.
 - Es Carlos, jeje.- Dijo mientras sonreía.- Dime...si... estoy en casa de Bea...no...no, es que no se encuentra muy bien... -Yo le hice un gesto para que se fuera si quería.- Espera un momento Carlos.- Se apartó el móvil y me dijo- ¿Qué?
 - Que no estoy tan mal, te puedes ir si quieres. Además, que mi madre o alguno de mis hermanos no tardarán en venir, asique tranquila. Estaré bien.
 - Carlos, que ahora voy. Espérame en mi puerta. Un beso.- Y colgó.- No me voy muy convencida Bea...
 - Estoy bien, de verdad.
 - Bueno, pues por la noche llamamé. -Dijo dándome un beso y un abrazo.

La habitación se quedó en silencio un buen rato, hasta que llamaron al timbre.
 - Ya voy.- Grité desde el piso de arriba.
Por unos minutos pensé que sería Sandra que se había olvidado algo, pero al abrir la puerta no había nadie. Tan sólo una caja en el umbral.
Me asomé a la calle, pero no había nadie.
Cogí la caja con la mano que no tenía el guante y me entré en casa.

Una vez dentro de mi cuarto, me senté en la cama y me decidí a abrirla. En su interior había un peluche y un sobre. El peluche era una extraña lechuza blanca. Los ojos los tenía azul cielo, como el extraño del quiosco. Al recordar al muchacho, el peluche se me cayó al suelo.
¿Por qué tenía la mano blanca y fría como el extraño?
Cogí el sobre y lo abrí. En su interior había un recorte de cartulina color rojo y encima, escrito con tinta negra y una caligrafía espléndida, ponía lo siguiente:

    Siento mucho lo sucedido esta tarde. Espero que me perdones si he hecho algo que no debía, y quisiera quedar contigo para explicarte todo, sólo si tú quieres. Si te viene bien, podemos vernos mañana en la Plaza del Castillo a las 8:00h de la tarde. Un beso.
                 
                                                                                                 E. F
  
Cuando acabé de leerlo no sabía que hacer. 
 - ¡Bea, ya estoy en casa cariño!
Era mi madre. Escondí corriendo la caja con el peluche y la carta debajo de la cama y bajé a verla.
 - ¡Hola mami!
 - Hola mi amor. Pensaba que no estabas en casa.
 - No, salí un rato con Sandra, pero me vine.
 - ¿Te pasa algo? Porque es raro que te vengas para casa...
 - No, solo que me dolía la cabeza un poco.
 - ¿Y entonces porqué llevas un guante en la mano? - Me preguntó mientras me cogía la mano.
 - Eh...pues...es que lo he encontrado por ahí...y pensaba que me estaba... pequeño, ¡eso es!, pero me esta genial. -Dije mientras apartaba la mano.
 - Pues quítatelo que me tienes que ayudar con la cena.
 - La verdad es que... he quedado...y encima llevo prisa, asi que , adiós.
 - Pero Bea... - Oí a mi madre decir mientras cerraba la puerta detrás de mi.

Crucé la calle y me dirigí a casa de Sandra. Tenía que contarle lo ocurrido. Por el camino no paré de pensar en quien sería E.F. , y sólo había alguien en mi cabeza: el extraño.
Tenía que ser él. Cuando me quise dar cuenta ya estaba en casa de Sandra. Antes de llamar miré el reloj. Eran las 10:15h. Llamé y salió su padre. 
Sandra no estaba en casa, asi que puse rumbo de nuevo a mi casa. Por el camino me encontré con Fran, un amigo mío. Iba acompañado de su madre, asi que no le pude decir gran cosa.
 - Fran, ¿has visto a Sandra?
 - Pues  no...iba a llamarla ahora para ver si íbamos a salir...
 - Yo no creo, me duele un poco la cabeza.
 - Eso es de tanta fiesta. -Dijo la madre de Fran.
 - Jaja, adiós - Me reí mientras me despedía.

Cuando llegé a casa me dí cuenta que desde que había salido de casa llevaba el guante puesto. Me lo quité y mi mano estaba bien. Tenía un color normal. No entendía nada.
En casa ya estaban mis hermanos y mi madre cenando, asi que me senté con ellos a comer. Durante la cena yo no pronuncié ninguna palabra. No podía dejar de pensar en porque mi mano ya no era blanca, o mejor dicho, porque mi mano había estado de ese modo.
Después de cenar, me encerré en mi cuarto y leí varias veces la carta. Esto es lo último que recuerdo. Luego, me quedé dormida.

sábado, 14 de abril de 2012

Capítulo 1: El Extraño.

Eran las seis y todavia no había llegado. Ya estaba acostumbrada a esperarla, pero nunca había tenido que hacerlo tanto. Una hora. Volví a mirar el móvil y nada. "Ding - Dong". Habían tocado el timbre. Bajé las escaleras de tres en tres. Una vez delante de ella respiré hondo y abrí.
 - ¡Hola hola! - Era Sandra mi mejor amiga.
 - ¿Hola hola? ¿Llegas una hora y seis minutos tarde y lo primero que dices es hola hola? - Le dije con un tono de enfado.- ¿Dónde te habías metido?
 - Es que he tenido... ya sabes... C-a-r-l-o-s. - Dijo en voz baja.
 - ¿CARLOS? - Grité- Es decir... te he tenido que esperar por... ¿Carlos?
 - Oye, perdona, pero te recuerdo que yo te tuve que esperar una hora y cuarenta y dos minutos por tu "Salva". Y bueno, déjame pasar, que me estoy asando de calor aquí fuera.

Sandra era mi mejor amiga desde hacía seis años. Todos los días del año estábamos juntas, y hoy, no podía ser excepción. Sandra era rubia, de ojos verdes y no muy alta, pero era guapisima. Tenía 17 años, igual que yo, y para mí era como mi hermana.
Subimos a mi cuarto mientras ella me contaba que había pasado con Carlos, su supuesto "novio", con el que yo, sinceramente, no me llevaba muy bien.
 - ¿Cuál me pongo? ¿La verde o la amarilla? - Le dije mostrándole las dos camisas.
 - Yo creo... que la amarilla. Así te puedes poner esa mini tan sexy. - Me contestó riéndose.

Mientras terminaba de arreglarme le pedí que bajara y me sacara las zapatillas. Me miré por última vez en el espejo mientras me peinaba. Era medio pelirroja, con ojos marrones oscuros, pecas y pelo largo.
Cuando bajé, estaba Sandra esperándome en la puerta mirando con cara de boba hacia la calle.
- Mira mira mira, tu vecino.... ummmmm.
Estaba lavando el coche en la puerta, y la verdad es que era muy guapo, pero ya tenía novia.
 - Adiós.- Le dijimos a la vez.
Él nos sonrió y nos respondió con un simple "Hasta luego".

Seguimos nuestro camino hacia el centro de Carrascalejo, nuestro pequeño pueblo. Eran las siete de la tarde y no se veía a nadie por las calles. Llegamos al pequño quiosco y entramos para comprarnos unos helados. Estaba vacío, por lo que la mujer nos atendió rápidamente y nos marchamos al momento. Al darme la vuelta para salir del quiosco, choqué con alguien y el helado cayó en su camisa.
Era un jóven muchacho un poco más alto que yo. Tenía unos ojos azules y un pelo moreno. Su piel era blanca, casi transparente, y sus labios, rojos.  No podía dejar de mirarle esos ojos azul cielo. Parecía que el tiempo se había parado, hasta que oí la risa de Sandra de fondo. Entonces algo me salió de entre mis labios:
 - Lo siento mucho de verdad. No te he visto entrar.- Le dije mientras le limpiaba con un pañuelo la camisa.
 - No pasa nada.
De repente sentí que algo me cogía la mano y la apartaba de su camisa. Era frío. Era... la mano del muchacho.
Solté corriendo la mano del extraño y salí corriendo del quiosco.
Sandra siguió mis pasos, pero antes de salir, se disculpó con el muchacho:
 - Perdónala, no tiene un buen día. Adiós.
Cuando ella salió, yo estaba cinco metros delante de ella, andando deprisa.
 - Espera Bea.
Me paré en seco. Oí como se acercaba a mí. Pero no me atreví a mirarla.
 - ¿Qué te ha pasado? ¿ Porqué has salido así del quiosco?
No le contesté.
 - Bea, contéstame.
Levanté la cabeza y le dije:
 - Volvamos a casa por favor.
 - ¿Qué?
 - Que volvamos a mi casa por favor.
 - Vale, pero quiero que me expliques que te ha pasado.
 - Cuando lleguemos a casa te lo explico todo.

Antes de darnos la vuelta para volver a mi casa, ví salir al extraño del quiosco, y su mirada estaba fija en mí. Clavada. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.
Cogí a Sandra de la mano y andamos a paso rápido hacia mi casa.