sábado, 21 de abril de 2012

Capítulo 2: Las incógnitas.

Cuando llegamos a mi calle, mi vecino seguía lavando su coche, pero esta vez ni le saludamos. Íbamos directas a mi casa.
Una vez en el interior, Sandra me miró y me preguntó:
 - ¿Qué se supone que te ha pasado?
 - ¿Has visto a ese muchacho?
 - Sí, pero que te ha pasado, ¿porqué has salido corriendo?
 - Su mano....
 - ¿Qué? - Me dijo asombrada.
 - La mano de ese muchacho... -contesté tartamudeando.
 - ¿Te encuentras bien Bea? ¿ Tienes frío?
 - Tengo frío... y me duele la mano.
Sandra cogió una manta que había en el salón y me arropó.
 - A ver, déjame verte la ma... ¿QUÉ TE HA PASADO EN LA MANO BEA?
Mi mano estaba blanca. Como si fuera transparente. Pero sólo era esa mano, la otra estaba completamente bien. Esa era la mano que el muchacho del quiosco me había tocado.
 - ¿Qué te ha pasado?
 - No sé, pero me duele...
 - ¿Quieres que te traiga algo? ¿Que llame a tu madre?
 - No, a mi madre no. Traeme los guantes por favor.
 - Vale, y ahora me cuentas tranquilamente que tiene que ver el chico del quiosco.
Mientras Sandra iba a por los guantes, examiné mi mano blanca. Me la acerqué a la cara y estaba fría. Muy fría. Como la del extraño.
 - Toma, y cuéntame todo. -Me dijo mientras me daba los guantes.
 - Pues el muchacho del quiosco, me ha tocado la mano, me la ha agarrado, y estaba fría...
 - ¿Y por esa tontería has salido corriendo? ¿Porque tenía la mano fría? Venga ya Bea...
 - Sí, estaba tan fría como la mía.- Le dije a la vez que se la ponía encima de su mano. Ella dió un leve grito y se levantó del sofá.
 - Bea... creo que debería llamar a tu madre y que te acercara al hospital...
 - ¡NO! Esto no es nada. Mañana estaré bien...
 - Pero...- insistió Sandra.
 - No, por favor.
 - Como quieras.

Subimos a mi cuarto para tener más intimidad y por si venía mi madre o alguno de mis hermanos.
 - Pues he de decirte que el "extraño", como tú le llamas era muy guapo. -Me dijo Sandra.
 - Ja-ja. No es momento de bromas.
Mientras decía esto comenzó a sonar el móvil de Sandra.
 - Es Carlos, jeje.- Dijo mientras sonreía.- Dime...si... estoy en casa de Bea...no...no, es que no se encuentra muy bien... -Yo le hice un gesto para que se fuera si quería.- Espera un momento Carlos.- Se apartó el móvil y me dijo- ¿Qué?
 - Que no estoy tan mal, te puedes ir si quieres. Además, que mi madre o alguno de mis hermanos no tardarán en venir, asique tranquila. Estaré bien.
 - Carlos, que ahora voy. Espérame en mi puerta. Un beso.- Y colgó.- No me voy muy convencida Bea...
 - Estoy bien, de verdad.
 - Bueno, pues por la noche llamamé. -Dijo dándome un beso y un abrazo.

La habitación se quedó en silencio un buen rato, hasta que llamaron al timbre.
 - Ya voy.- Grité desde el piso de arriba.
Por unos minutos pensé que sería Sandra que se había olvidado algo, pero al abrir la puerta no había nadie. Tan sólo una caja en el umbral.
Me asomé a la calle, pero no había nadie.
Cogí la caja con la mano que no tenía el guante y me entré en casa.

Una vez dentro de mi cuarto, me senté en la cama y me decidí a abrirla. En su interior había un peluche y un sobre. El peluche era una extraña lechuza blanca. Los ojos los tenía azul cielo, como el extraño del quiosco. Al recordar al muchacho, el peluche se me cayó al suelo.
¿Por qué tenía la mano blanca y fría como el extraño?
Cogí el sobre y lo abrí. En su interior había un recorte de cartulina color rojo y encima, escrito con tinta negra y una caligrafía espléndida, ponía lo siguiente:

    Siento mucho lo sucedido esta tarde. Espero que me perdones si he hecho algo que no debía, y quisiera quedar contigo para explicarte todo, sólo si tú quieres. Si te viene bien, podemos vernos mañana en la Plaza del Castillo a las 8:00h de la tarde. Un beso.
                 
                                                                                                 E. F
  
Cuando acabé de leerlo no sabía que hacer. 
 - ¡Bea, ya estoy en casa cariño!
Era mi madre. Escondí corriendo la caja con el peluche y la carta debajo de la cama y bajé a verla.
 - ¡Hola mami!
 - Hola mi amor. Pensaba que no estabas en casa.
 - No, salí un rato con Sandra, pero me vine.
 - ¿Te pasa algo? Porque es raro que te vengas para casa...
 - No, solo que me dolía la cabeza un poco.
 - ¿Y entonces porqué llevas un guante en la mano? - Me preguntó mientras me cogía la mano.
 - Eh...pues...es que lo he encontrado por ahí...y pensaba que me estaba... pequeño, ¡eso es!, pero me esta genial. -Dije mientras apartaba la mano.
 - Pues quítatelo que me tienes que ayudar con la cena.
 - La verdad es que... he quedado...y encima llevo prisa, asi que , adiós.
 - Pero Bea... - Oí a mi madre decir mientras cerraba la puerta detrás de mi.

Crucé la calle y me dirigí a casa de Sandra. Tenía que contarle lo ocurrido. Por el camino no paré de pensar en quien sería E.F. , y sólo había alguien en mi cabeza: el extraño.
Tenía que ser él. Cuando me quise dar cuenta ya estaba en casa de Sandra. Antes de llamar miré el reloj. Eran las 10:15h. Llamé y salió su padre. 
Sandra no estaba en casa, asi que puse rumbo de nuevo a mi casa. Por el camino me encontré con Fran, un amigo mío. Iba acompañado de su madre, asi que no le pude decir gran cosa.
 - Fran, ¿has visto a Sandra?
 - Pues  no...iba a llamarla ahora para ver si íbamos a salir...
 - Yo no creo, me duele un poco la cabeza.
 - Eso es de tanta fiesta. -Dijo la madre de Fran.
 - Jaja, adiós - Me reí mientras me despedía.

Cuando llegé a casa me dí cuenta que desde que había salido de casa llevaba el guante puesto. Me lo quité y mi mano estaba bien. Tenía un color normal. No entendía nada.
En casa ya estaban mis hermanos y mi madre cenando, asi que me senté con ellos a comer. Durante la cena yo no pronuncié ninguna palabra. No podía dejar de pensar en porque mi mano ya no era blanca, o mejor dicho, porque mi mano había estado de ese modo.
Después de cenar, me encerré en mi cuarto y leí varias veces la carta. Esto es lo último que recuerdo. Luego, me quedé dormida.

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